Los nietos del Che
Tan icónica es la figura del Che Guevara, tan activa su silueta en paredes, camisetas y pósters, que solemos olvidarnos de que antes que mito fue persona, y como persona tuvo amores, e hijos, y hasta nietos. Uno de ellos, Canek, de agitada vida hasta que la muerte le sorprendió en un quirófano, podría representar al hombre del siglo XXI igual que su abuelo al del XX. Viajero, devoto de la música rock, lector y conversador y preocupado por Internet, pasó largas temporadas desde niño en Barcelona. La editorial Pepitas de Calabaza edita los diarios que dejó tras su muerte.
Canek Sánchez Guevara “Diario sin motocicleta. Volumen 1: Europa” PEPITAS DE CALABAZA
Sabíamos que un nieto del Che andaba entre papeles, periódicos y blogs, nos enteramos de golpe en 2015 que moría al no poder soportar una complicada operación de corazón y ahora, casi dos años después, se empiezan a recuperar sus escritos: si recientemente ha aparecido su novela “33 revoluciones”, también los riojanos Pepitas de Calabaza publican bajo el título de “Diario sin motocicleta” –en clara parodia del libro más conocido de su abuelo– sus colaboraciones en la revista semanal del diario mexicano “Milenio”.
Escritor y viajero, nacido en La Habana y opuesto al régimen de Castro, tras haber vagado por multitud de países ni era apátrida ni cosmopolita: su tierra fue el metro cuadrado que le acogió y los amigos que le abrazaron. Este primer volumen de cuatro está dedicado a sus estancias en Europa, y básicamente se centra en Barcelona, donde estudió educación infantil a principios de los 80 –sus padres eran meros exiliados– y donde residió ya de adulto largas temporadas. Con todos estos parámetros, y con el prejuicio de ser nieto de quien es, Canek Sánchez se nos presenta como un espíritu extremadamente libre, desafecto, rockero, entregado a exprimir la vida hasta el punto de que es capaz de coger la mochila y plantarse en casa de unos amigos a quienes ha conocido por internet.
Esto en primer lugar; en segundo, era un hombre de su tiempo, un hombre que desde las redes sociales se esforzaba en recuperar antiguas amistades de niño, que hacía fanzines, que era capaz de concluir su presentación biográfica con una cita de Sex Pistols o señalar que “entre el misticismo de Bach y el de The Doors no hay diferencia”.
También desfilan libros, películas –de zombis, por ejemplo–, comentarios sobre noticias. Asombra la perplejidad de desligado con que comenta el auge del independentismo en Cataluña, que vio de primera mano como mero espectador, o la presencia de turistas en marabunta por las calles de Barcelona. Al fin y al cabo, su mundo era nuestro mundo, y lo sabía observar desde una extraordinaria lucidez; “Internet no es una ventana al mundo, es el mundo en sí mismo”, dice.
Extremadamente sensible, dice haber recibido educación estética de “Los cantos de Maldoror” de los manifiestos Dadá y de Montaigne, como génesis del pensamiento occidental, y se duele con palabras hondas de su separación matrimonial o exhibe la profunda melancolía de vivir casi sin recursos y rebuscando una moneda entre los pantalones preparados para lavar. Sin hacer apología de la miseria, la elogia. Pero a la vez, hábil en el manejo de recursos varios, hace una pintura viva de Marsella, del caos y el azar de sus calles, de la sordidez y vitalidad que hacen crecer su amor por ella o se exalta ante la llegada de la primavera a Barcelona o queda deslumbrado por la luz de A Coruña.
En el estilo, es cinema verité; va pasando la cámara por las calles, exponiendo simplemente para que de la situación se derive la moralidad. Todo le interesa, los okupas y la clonación, el mundial y la política. Quizás el mayor elogio que se puede hacer a estos diarios sea que representan al hombre del siglo XXI, con su carga cultural, sus miedos y esperanzas, y que la lente que enfoca en ellos el mundo es extremadamente clara.