Crónica de la decrepitud
El año 1983 se estrenó el segundo largometraje de un director poco prolífico, pero extraordinariamente sensible y profundo, Víctor Erice. La película se llamaba El sur y a los jóvenes de la época nos fascinó: las hondas miradas de los actores, el silencio,la melancolía,... Poco después nos enteramos de que la película estaba basada en un relato de la esposa en ese momento del director: Adelaida García Morales, que no fue publicado hasta 1985. Cuando lo tuvimos en las manos, fue editado por Anagrama, y lo leímos creo que toco la fibra sensible de toda una generación. Por entonces teníamos una desbordante necesidad de color, pero también nos atraían las penumbras de la intimidad, y el texto de García Morales arañaba a fondo en ella. Nos dejamos llevar con el alma en tensión por la historia de una mujer que en la vieja casa familiar para visitar la tumba de su padre, desarrolla un largo monólogo en el que recuerda su infancia, la fascinación por su padre, el dolor que adivinó en él, la conmiseración que llegó a sentir. Por si quieres echarle un vistazo, es cortita, aquí la tienes.
Poco a poco, García Morales fue entrando en una decadencia artística y vital, sus posteriores novelas no fueron tan bien recibidas y acabó olvidada hasta su muerte en septiembre de 2014. La escritora Elvira Navarro recibió una curiosa información sobre ella: en la concejalía de cultura de Dos Hermanas, donde vivía, entró un día la escritora solicitando 50 euros para poder ir a ver a su hijo a Madrid. Ello la llevó a escribir un novela en la que se cuentan -es ficción, se encarga de repetir una y otra vez- la autora, pero ello ha desatado una polémica sobre el derecho a utilizar el nombre real de alguien para diseñar una ficción. Una polémica en la que incluso ha participado su exmarido como persona cercana que le reprocha el dolor que ha causado a la familia.
Por si te interesa, aquí tienes una reseña de la novela.
Elvira Navarro, Los últimos días de Adelaida García Morales
Cuando apareció, éramos muy jóvenes, y llegó a nosotros con ese poder de cautivar que solo pueden entender aquellos que están abiertos a sensaciones. Las de El Sur –a pesar de que su autora ya había pasado bastante de los treinta– son calladamente adolescentes: la tristeza, la desolación, un mundo íntimo que estaba bien lejos de las coordenadas literarias a las que estábamos acostumbrados… La película de Víctor Erice que la recreó, de idéntico título, era técnicamente impecable –a pesar de los problemas para rodar su final–, pero carecía de esa golosa cercanía que notábamos en las palabras de Estrella al leerlas. Con el tiempo, la fuimos olvidando, y Adelaida García Morales quedo más que como un fantasma de tiempos pasados como aquella amiga que sabemos tan cálida y a la que siempre olvidamos llamar. Por ello, su muerte hace dos años nos traspasó, porque era también un poco la muerte de algo nuestro.
Hace unas semanas saltó la polémica. A Elvira Navarro, activa y prestigiada escritora en la última década, le comentan un episodio de los últimos días de la vida de la escritora y ella lo toma como magma literario para hablar, al fin y al cabo, de cómo nuestra propia sensibilidad nos puede destruir. El aviso aparece insistentemente: es una obra de ficción, no una biografía, la protagonista es símbolo y no carne; pero a pesar de ello, su exmarido, Víctor Erice, ha publicado una carta en la que acusa a Navarro de no marcar claramente los límites y apropiarse de una figura que no es suya con un retrato deformado que hiere a los que la querían.
El conflicto entre realidad y ficción es tan viejo como La Odisea, y supera en mucho esta reseña, pero lo que sí que es cierto es que Los últimos días de Adelaida García Morales es una novela fallida porque podía haber dado mucho más de sí. Estructurada alrededor de diversos planos, uno de los centros neurálgicos es el episodio referido, en el que Adelaida va a pedir cincuenta euros a la concejalía de cultura del pueblo donde vive, con el objeto de ir a Madrid a ver a su hijo. La concejala no sabe que en su pueblo vive una escritora conocida, ni siquiera le importa, y es desde su punto de vista una pobre mujer con problemas mentales. La figura de esta regidora, que lleva el peso del recuerdo de su padre alcohólico y a la que fascinan y repugnan los escritores a partes iguales, necesita más puntos de cocción, y el email donde se relata la escena que da pie a la novela –recogido al final– es mucho más jugoso en su brevedad que la visión del personaje.
Por otra parte, y sin ningún tipo de contacto con la trama anterior, se recrea la realización de un documental que conjuga los pensamientos de la directora con la transcripción de la conversación entre una antigua amiga, la madre de un compañero de su hijo y su psiquiatra. Casi son más atrayentes las tensiones que se establecen entre ellos que la imagen que puedan presentar de la escritora, no solo deforme sino falta de cualquier pulsión literaria. Resulta incluso enormemente tópica y disconforme, con puntos de exasperación que nos derriban a los que amamos su literatura.
En definitiva, es una novela que si acierta en algo es en aquello que no resulta ser lo que está buscando, en los personajes secundarios, en un final en que la vida –tempus amoenus– vuelve a su cauce, pero no en lo que pretende, el análisis de una degradación. Por lo menos, si consigue que acudan ustedes a El Sur y disfruten de él, ya habrá valido la pena.