Cartas desde el más allá
Se trata de una lectura sencilla, pero que tiene las cargas de emoción que os atraen: misterio y amor. De hecho, en su edición original en gallego el autor exigió que fuese publicada en una colección juvenil. Tenía razón, la novela alcanza ese dulce magnetismo que a los jóvenes, y no tan jóvenes, os atrae.
Francisco Castro.- Tienes hasta las diez
Entre las virtudes que hacen que un texto literario sea digno de disfrute está la trama, como no. Bien que el diseño de los personajes, el estilo sorprendente o cuidado o las reflexiones que puede despertar el tema en el lector son más prestigiosas, sí, también importantes, claro; pero ese magnetismo de montaña rusa –volantazos inesperados, aceleración desmesurada, túneles oscuros–, ese cuyo efecto es no poder parar la lectura, puede moldear también la buena literatura. “Tienes hasta las diez”, traducida ahora, dos años después, desde su original gallego, es todo trama.
Toni, gestor de una pequeña editorial de libros de viaje, entierra a su padre, Antonio Correa, prestigioso director del diario “El Eco de Vigo”. El dolor del hijo –estaban muy unidos– hace que se obligue a ir a trabajar al día siguiente para intentar atenuar su malestar anímico. Propósito fallido: recibe un correo desde una cuenta de su padre que le da la indicación que titula la novela. Se van sucediendo unos pocos más, y en todos apunta algo que es un pequeño secreto entre ambos, que no debería conocer nadie más.
A partir de aquí, cuando Toni descubre a qué alude el mail de su padre, nos situamos en el año 1972 llevados por sus recuerdos y por una serie de pistas que se van encadenando, como en uno de los juegos con los que solían entretenerse. Precisamente la recreación de esa infancia está tratada con un pulso bastante firme, y aunque el lenguaje es en ocasiones pedestre, la ambientación de una niñez idílica está muy bien trazada. Como lo están el homenaje a los libros de aventuras o las cuñas históricas que retratan a las fuerzas de ultraderecha en esos últimos años del franquismo. Pinceladas sólo, desde luego, no es una novela histórica, es una novela de buen misterio.
Es difícil. ¿Qué les cuento que no revele nada por si deciden leerla? Los espacios. Vigo y A Coruña están muy bien retratadas. Y la autopista entre ambas ciudades. Y las casas abandonadas en las que se quedaron los setenta. Y fotografías suyas de niño que nunca había visto, que no recordaba. Y la relación amorosa también. Y las canciones de Aute no están metidas con calzador.
Tendrá defectos. Cierto. Pero Francisco Castro, prolífico escritor en gallego, ha acertado aquí en casi todo, cada página es un sobresalto, cada vez nos acercamos más al centro mismo de la ternura. Y con estas dos columnas –intriga y sentimiento– la novela se sostiene de manera equilibrada y bella.